El contacto que ofrecemos a nuestros pequeños se presenta de diversas maneras. Algunas más afectuosas como caricias, abrazos, besos. Otras más lúdicas como el juego de ir tomando cariñosamente los deditos de la mano comenzando con el meñique. Desde allí se hace un recorrido por cada uno mientras se cuenta la historia de un huevito que fue cocinado, le quitaron la cáscara, le pusieron sal y se lo come un pícaro gordito, finalizando con una buena sesión de cosquillas.
Las diversas formas de contacto amoroso reflejan cómo fuimos criados y cuidados, y a su vez, cómo deseamos criar y cuidar. Serán únicas en cada familia y no habrá iguales. Se van formando a partir de lo que tú aportas como persona y las características únicas de tu bebé. Es así que poco a poco, en los sucesivos encuentros, se va instalando cotidianamente un lenguaje que no es de palabras sino de contacto y tiene un lugar de relevancia para tu bebé.
El contacto afectivo es una necesidad de nuestra especie.
Nuestra biología se ha ido modificando durante millones de años prevaleciendo aquellos aspectos que mejor posibiliten la subsistencia y el desarrollo de la especie. Las crías humanas nacen en un estado de indefensión significativa, incapaces de desplazarse o procurarse alimento por sí mismas, lo que las hace dependientes del cuidado de un adulto. A pesar de esta aparente fragilidad, la cría tendrá muchísimos recursos para convocar nuestra atención. Podríamos decir que a lo largo de la evolución se ha preparado para eso. Tiene una fisonomía que nos despierta ternura y el impulso de protegerlos (1). También tiene la capacidad de desarrollar un vínculo de preferencia con quien le cuide y desplegar conductas de apego para mantener cerca al adulto (2). Estos mecanismos evolutivos son cruciales para que el bebé reciba los cuidados físicos que necesita, pero también el contacto afectivo, sin el cual puede verse muy comprometido en su desarrollo.
René Spitz (3) en sus estudios de niños que residían en orfanatos separados precozmente de sus familias debido a la guerra, identifica que a pesar que los niños contaban con adecuados cuidados físicos en cuanto alimentación y abrigo carecían de alguien que los abrace, los mime y les brinde afecto. De modo que, si no encontraban un sustituto al que volcar su amor estos niños entraban en estados de depresión anaclíntica o en lo que describió como síndrome de hospitalismo. Estos cuadros de carencia afectiva parcial o total se observaban en actitudes de constante llanto, pérdida de peso, rigidez en la expresión facial y rechazo al contacto. También afectaban el desarrollo de sus posibilidades de movimiento, del lenguaje y de la inteligencia. Pero lo más dramático es que los cuadros graves desencadenaban la muerte infantil.
Entonces, a partir de estas observaciones se lograron reconocer las necesidades afectivas de los bebés para su existencia y para su desarrollo. Estos aportes nutrieron teorías que, junto a otros postulados de la época y un proceso de cambio del lugar de las infancias en la sociedad; influyeron en la creación de pedagogías que pusieron como eje central al niño y sus necesidades físicas y psico-emocionales.
Al nacer el bebé no solo necesitará un cuidador que le de afecto, sino que también será muy importante que pueda estar en proximidad física con él. El contacto con el cuidador le posibilitará al bebé regularse fisiológicamente (4). El recién nacido deberá transitar de una completa homeostasis fisiológica dentro del vientre materno a conquistar la capacidad de respirar, de succionar, de tragar, digerir, fuera de este. Un bebé recién nacido, si bien tendrá una fisiología que le permitirá acomodarse a vivir fuera de la panza, todavía será inmaduro por lo que requerirá de la cercanía del cuerpo de su madre para alimentarse frecuentemente, para tener el calorcito que por sí mismo aún no es capaz de generar y para regular su respiración. El contacto con su cuidador principal, ya sea la madre u otra persona, será crucial para adaptarse a esta nueva situación. Esto lo saben muy bien en Colombia dónde diseñaron el método mamá canguro, en el cual bebés prematuros son colocados en el pecho de su madre en contacto directo piel a piel. Permanecen allí el mayor tiempo posible de modo de completar su maduración. Los investigadores notaron que estos bebés, en comparación con los que estaban solamente en incubadora, regulaban mejor su respiración y ritmo cardíaco, aumentaban más de peso y tenían mejores posibilidades de superar las adversidades que pueda traer aparejada la prematurez para su salud. Esta experiencia resultó superior a cualquier dispositivo tecnológico y se continúa realizando hasta el día de hoy, y extendiéndose a otros países como el nuestro.
Pero el contacto no es solo necesario para el bebé sino también para su cuidador. Para una mamá, tener cerquita a su bebé le permitirá liberar oxitocina. Esta hormona predispone de mejor manera al estado psicológico necesario para cuidar y comprender lo que su bebé necesita. Este contacto inicial, además, puede favorecer la relación madre-hijo a corto y a largo plazo. En las mamás gestantes, también posibilitará la bajada de la leche, el alimento diseñado a la medida de las necesidades nutricionales del bebé en la primera etapa de su vida. Y permitirá la contracción uterina, disminuyendo el sangrado posterior al parto. Además, brindará sensación de bienestar lo que refuerza este circuito de proximidad, amor y cuidados. En los papás la proximidad física con sus bebés también tendrá efectos. Aunque menos estudiado, se conoce que los cuidados canguro practicados por varones tienen el potencial de favorecer el apego paterno. Durante la paternidad los niveles de testosterona disminuyen en los varones lo que habilita a un mayor despliegue de las conductas de cuidado. En un estudio en padres que dormían en proximidad física a sus bebés se observó que sus niveles de testosterona disminuían aún más respecto a los padres que no lo hacían.
De modo que el contacto de padres e hijos tiene efectos beneficiosos para ambos y permite la subsistencia del bebé, el desarrollo de su potencial y la consolidación del vínculo con sus cuidadores.
Ahora que hemos establecido este punto vale la pena avanzar un poco más hacia la promoción de formas de contacto amoroso y respetuoso de las necesidades de nuestros bebés.
Favorecer un contacto amoroso y respetuoso
Plantea Montangu (5) que, así como aprendemos a hablar si se nos habla, y hablaremos como se nos ha hablado, con las experiencias de contacto pasa algo similar. El bebé es muy sensible a las experiencias de contacto físico que estimulan la superficie de la piel y la sensorialidad musculo-articular. Es decir, es sensible a cómo sea tocado, acariciado, sostenido, mecido y estas experiencias sentarán las bases de su comunicación corporal futura. De modo que las experiencias tempranas serán la plataforma sobre la cual se inscriban las demás. Esto les ubica en un lugar muy importante porque nos habla de la oportunidad que tenemos de favorecer espacios de encuentro gratificantes y amorosos como base para la comunicación y encuentro con otros.
Vimala McClure (6) importante impulsora del masaje infantil en la cultura occidental plantea que las experiencias de contacto ofrecidas a los bebés desde un lugar amoroso y respetuoso pueden beneficiar a la sociedad en su conjunto disminuyendo la violencia. Una de las propuestas concretas de la autora en la aplicación del masaje es pedir permiso al bebé antes de iniciarlo. Además, plantea que si el mismo no está disponible para ello que la práctica no se realice. En la misma línea Emmi Pikler (7) propone favorecer un desarrollo autónomo en el niño. Plantea que, en los momentos de cuidados cotidianos, como el cambio de pañales, por ejemplo, se brinde participación y cooperación del bebé según sus posibilidades. Esto permite que los bebés sean sujetos activos y favorece un desarrollo más autónomo ya que su iniciativa crecerá y se extenderá a todo su accionar: en los cuidados, la exploración y la interacción con otros. De modo que así se estará contribuyendo con el desarrollo motor, pero también de su autoconfianza y autoestima.
Es así que podríamos decir que la esencia del contacto amoroso y respetuoso está en habilitar el lugar de expresión de tu bebé y permitir que nos vaya “contando” qué le gusta más, que le gusta menos. También en habilitar y fomentar su accionar voluntario. Entonces, el quid de la cuestión radica en poder escucharle y atender a las señales que nos muestra de aceptación y/o rechazo, buscar su participación y cooperación. Es así que experiencias como los cuidados madre canguro, el porteo, el colecho seguro, los masajes, son ideales para practicar con tu bebé y tendrán beneficios para él y para ti. Pero estas prácticas se potencian si son realizadas desde esta perspectiva.
Te invito a explorar y enriquecer las formas de contacto no verbal que vas armando con tu pequeño, construyendo espacios de encuentro amoroso y respetuoso que dejen una huella positiva en su vida.
@luciarecagno|Lic. Lucía Recagno| Psicomotricista |Formada en Neurodesarrollo. Entrenada en Masaje Infantil. Guía Montessori en Comunidad Infantil (0 a 3 años)
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