El cuerpo de la mamá en el puerperio - Guía de Maternidad

El cuerpo de la mamá en el puerperio

Una mirada psicomotriz para comprender los cambios, las emociones y la necesidad de acompañamiento.

El puerperio es un tiempo de umbral: ya no estamos donde estábamos, pero todavía no llegamos a ese nuevo lugar que empieza a gestarse con la maternidad. En esa tierra intermedia, el cuerpo habla. Y desde la psicomotricidad, elegimos escucharlo.

Después del parto, el cuerpo de la madre queda cargado de sensaciones intensas: cansancio, tensión, placer, vacío, ternura, miedo. Como dice Bernard Aucouturier, “el cuerpo es memoria”, y en el puerperio esa memoria está a flor de piel. Cada movimiento, cada pausa, cada gesto contiene una historia que merece ser mirada sin juicio.

Durante mucho tiempo, la mirada social ha estado puesta casi exclusivamente en el bebé. Pero ¿qué pasa con la madre?, ¿Quién la acompaña en su propio nacimiento como tal?.

Daniel Calmels nos recuerda que “nacer madre es también un proceso corporal”. No ocurre en un instante, sino que se va tejiendo en el vínculo, en el contacto, en la disponibilidad, pero también en las dudas, en el cansancio, en la necesidad de tiempo y espacio propio.

El puerperio, en términos fisiológicos, suele dividirse en etapas: 

  • puerperio inmediato (primeras 24 horas), 
  • puerperio temprano (hasta los 10 días), 
  • puerperio tardío (hasta los 45 días), 
  • puerperio prolongado, que puede extenderse varios meses o incluso años.

 

Desde una mirada más integral, emocional y vincular, el puerperio dura todo el tiempo que necesite una mujer para reconfigurarse en su nueva identidad como madre. Este proceso puede volverse particularmente difícil cuando se instala el agotamiento físico, la falta de sostén o la soledad emocional. 

Estudios actuales (OMS, 2023) estiman que una de cadacinco mujeres experimenta síntomas de depresión materna durante el primer año posparto. Es mucho más común de lo que creemos, y muchas veces no se detecta porque se espera que la maternidad se viva solo con alegría y plenitud.

Cuando no hay lugar para lo que incomoda o duele, muchas madres sienten que deben silenciar lo que les pasa. El mandato de la “madre feliz” pesa más que el permiso de habitar la maternidad desde la complejidad. Por eso, reconocer el impacto emocional y corporal de esta etapa es un acto de cuidado. Porque no se trata solo de superar el puerperio, sino de poder
atravesarlo con sostén, conciencia y compasión.

Y es que muchas veces, esa necesidad de tiempo propio se vuelve tan lejana que incluso cuesta nombrarla. Entre las demandas del recién nacido, la lactancia, el sueño fragmentado, los cuidados, el cuerpo de la madre queda en un segundo plano… o más atrás. Volver a encontrar un momento para una ducha tranquila, para moverse sin cargar a alguien más, para respirar sin sobresalto… puede llevar semanas, meses, incluso años.

No siempre es fácil reconocer esa necesidad. A veces aparece como irritabilidad, tristeza,
ansiedad. Otras veces, como el deseo de “volver a ser yo”, sin tener claro qué significa eso ahora. La psicomotricidad nos invita a poner atención en ese cuerpo que cuida, que contiene, que sostiene… pero que también necesita ser cuidado y contenido.

El reencuentro con una misma no es inmediato. Es un proceso que merece respeto y tiempo. Implica poder decir: “Este es mi cuerpo ahora. Con su cansancio, con su fuerza, con su ternura.” Implica volver a reconocerse desde otros ritmos, otras necesidades, otros límites. Implica, también, resignificar el movimiento: no solo como acción, sino como expresión de vida.

Y en ese camino, es vital no transitar solas. Necesitamos espacios reales donde podamos hablar, llorar, reír, descargar lo que sentimos sin miedo. Donde alguien nos mire y nos diga: “Te entiendo, yo también pasé por ahí”. Un espejo que devuelva empatía y no exigencias. Una escucha que abrace sin juzgar. Porque muchas veces las madres callan o intentan sostenerlo todo… sin poder decir simplemente: “me cansé”. Y eso también merece ser dicho. Y acompañado.

Es importante recordar, como planteaba John Bowlby desde la teoría del apego, que no se trata de ser una madre perfecta, sino de ser una base segura. Alguien disponible emocionalmente, que responde con sensibilidad y que, en la medida de sus posibilidades, está presente para su bebé. Una “buena madre”, entonces, no es la que nunca duda, nunca se cansa o lo hace todo bien, sino la que intenta sintonizar, la que repara cuando se equivoca, la que también se cuida para poder cuidar.

Porque maternar no es desaparecer en el otro, sino construir un vínculo en el que ambas partes crecen. Y en ese crecimiento, también la madre merece ser sostenida.
Andrea Garrone
Lic. en Psicomotricidad
Asesora en lactancia materna

Bibliografía: Aucouturier, B. (2004). Los fantasmas de acción y la práctica psicomotriz. Graó. Bowlby, J. (1988). 

Una base segura. Paidós. Calmels, D. (2012). Nacimiento y transformación en la maternidad. 

Lugar Editorial. Gutman, L. (2011). La maternidad y el encuentro con la propia sombra. Del Nuevo Extremo. 

Organización Mundial de la Salud (2023). Salud mental materna. https://www.who.int

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