La culpa materna ¿un mal inevitable? - Guía de Maternidad
Una guía de maternidad y crianza

La culpa materna ¿un mal inevitable?

Pareciera que la maternidad y la culpa están pegoteadas y que viene añadida como regalo con moño desde el minuto uno del nacimiento de nuestro bebé.

Para hablar de esto, te voy a contar la historia de Romina:
Romina tiene un bebé de 6 meses y acaba de reintegrarse a trabajar. Su hijo duerme como un bebé: se despierta cada dos o tres horas por la noche pidiendo ser amantado o abrazado por su mamá. Ella dice que tuvo suerte porque pudo amamantarlo sin problemas desde el mismo momento del parto. Se duerme a las 20horas y se despierta a las 6 de la mañana para darle la última teta. Mientras tanto, de noche Romina termina algunos quehaceres de la casa, cena, lava la vajilla, intenta bañarse rápido y ordenar algunas cosas para el otro día.

Cuando se levanta, le prepara el desayuno a su bebé, mientras intenta desayunar algo rápido. Le cambia el pañal, juega un par de minutos mientras le pone su ropa, a la vez que se propone cambiarse ella. “Por suerte tengo uniforme”, piensa. Así no tiene que pensar en qué ponerse. Deja a su bebé con el padre, que duerme en la cama. Va al baño, a veces le da el tiempo para cepillarse los dientes, agarra un moño, como puede se ata el pelo, y sale. Cuando se sienta en el auto, siente su cuerpo. Son las 8 am y ya está agotada. Pero “tenés que seguir, sino no llegamos a fin de mes” piensa.

Cuando llega al trabajo, no logra dejar la cartera y poner la vianda de comida en la heladera, que ya le están pidiendo que haga cosas. La cartera la deja tirada…con su almuerzo adentro.
A las dos horas de llegar, siente que sus pechos comienzan a estar hinchados y duros. Claro, es la hora de mayor producción de leche para ella. Esto está hablado en su trabajo y saben -a regañadientes – que le corresponde extraerse leche. Se va con su bolsito, extractor, mamaderas, se sienta, se prepara, respira y cuando mira alrededor siente una profunda angustia mezclada de enojo: está sentada en el inodoro de un baño mixto con la puerta cerrada para tener un mínimo de intimidad. Mientras se extrae leche, escucha voces del otro lado, que susurran alguna crítica hacia ella: “al final trabaja menos horas que cualquiera de nosotros, ni que estuviera enferma”. Las lágrimas brotan en silencio.

Se limpia la cara para hacer como que no pasó nada y vuelve a trabajar, pero antes se acuerda que tiene que guardar la leche en la heladera y no hay lugar. Como puede lo intenta y en ese intento se le cae una de las mamaderas de leche recién extraída. Ahora se llenó de furia mezclada con impotencia. Piensa que necesita relajarse, que está tensa y mal dormida y que por eso le salen las cosas mal. “Como me gustaría estar con mi bebé en este momento, tendría que estar con él” piensa con un poco de culpa. Se dispone a almorzar mientras ve fotos de su bebé, pero se le hace un nudo en la garganta que no le permite comer, porque la ensalada que
se llevó está chamuscada ya que no pudo ponerla en la heladera cuando llegó.

Así trascurre su día laboral, entre intentar enfocarse en el trabajo en medio de la frustración de sentir que está haciendo todo mal y anticipándose con alegría que cuando llegue va a ver a su bebé, pero con la tristeza de que ni bien termine de darle la teta, va a tener que pensar en la comida, hacer la cama, ordenar, limpiar, sostener los llantos y además escuchar a su marido que dice que no le está prestando suficiente atención, que tiene problemas en el trabajo y que nadie lo escucha.

¿Me seguís hasta acá con este panorama? ¿Podés sentir lo que está sintiendo Romina? Te cuento más.

Después de darle la cena al bebé, Romina empieza a sentir que su corazón late con más rapidez de lo habitual. “Falta poco para irte a dormir, vos podes un poquito más”, se dice. Intenta respirar y se dispone a baña a su bebé y prepararlo para dormir. Mientras lo baña llora, mientras ella llora, el bebé comienza a ponerse inquieto. Lo saca de la ducha, lo lleva al cuarto y no lo puede calmar, empieza a sentir los nervios, intenta cantarle, darle teta, mecerlo, ponerlo en la cama, nada funciona. De lejos escucha la tele y al marido mandándose audios con un amigo sobre el partido de futbol que están viendo. El corazón de Romina late cada vez más fuerte, le tiemblan las manos y le sube una especie de fuego en la cara, hasta que en un momento le grita a su bebé con toda la furia: “quédate quieto que así no puedo, ¿no ves?” Se hace un silencio abrumador, un instante de dolor como si se estuviera despedazando algo dentro de ella. Ese silencio se rompe cuando se acerca el marido corriendo para increparla:
“¿estás loca? ¿cómo le vas a hablar así al bebé?”. Se lo saca de los brazos y se lo lleva al living.

Romina quedó en shock, estupefacta, destruida. Tirada en el piso, en posición fetal, llorando en silencio y muriéndose de la culpa. Pensando lo mala madre que es y el mal que le está haciendo a su bebé. Repitiéndose que, si sus padres estuvieran vivos, todo sería diferente. Ya
su corazón no late con tanta prisa, pero la presión en el pecho es demoledora. Se siente sola, con miedo, desgarrada.

Te vuelvo a preguntar, ¿Podés sentir lo que está sintiendo Romina?

Estoy segura que si llegaste hasta acá es porque lograste meterte en sus sensaciones. De lo que también estoy segura es que sentís que la culpa la tienen todos, menos Romina. Desmenucemos esto.

¿Tenemos culpa de nuestra culpa materna?

Urie Bronfenbrenner es un Psicólogo ruso que comenzó a estudiar el desarrollo humano durante la infancia (1979) y se percató que todos los estudios que se hacían en la época eran sobre las conductas de los niños en situaciones estructuradas. Es decir, se alejaban de los contextos en los que el niño vivía cotidianamente. Sabemos que nuestros hijos no se comportan de la misma manera en casa que en la escuela o jardín, o en la casa de los abuelos.
Por tanto, Bronfenbrenner propuso una teoría que tomara en cuenta los sistemas en los que el niño estaba inmerso y así poder estudiarlo en su contexto real.

La teoría ecológica del desarrollo humano propone – a grandes rasgos-, observar la conducta de los niños y su desarrollo teniendo en cuenta su propia historia, la de los padres, el contexto social, económico, cultural y educativo, las actividades de la familia, las redes y grupos con los
que se relacionan y como son esas relaciones, así como el tiempo histórico en el que se encuentra.
Este modelo ecológico se ha llevado a otras áreas de estudio, por ejemplo, la psicología perinatal y de la maternidad.

Es así que podemos pensar lo que le sucede a Romina desde estos diversos enfoques y liberarla de la culpa que tanto la aqueja, para que luego pueda tomar acción.

¿Por qué se desbordó Romina?

Las leyes laborales en nuestro país Uruguay -y en varios países del mundo- nos obligan a
reintegrarnos al trabajo mucho más temprano de lo que mamá y bebé puedan estar física y emocionalmente preparados, lo cual provoca un enorme malestar psicológico y pone en riesgo la salud mental materna. También nos exponen a estar en ambientes no preparados para la extracción de leche materna, los cuales terminan siendo insalubres e inseguros (no en todos los casos).

Por otro lado, las redes de contención con las que cuenta Romina son escasas, la situación económica es compleja, no tiene padres y su marido pertenece a un esquema educativo y emocional propio del patriarcado. Además, en su trabajo la juzgan, la critican y le exigen, olvidando en qué etapa vital se encuentra.
Por supuesto que habrá que investigar cómo ha sido su historia, con qué recursos internos, psíquicos y emocionales cuenta, como ha sido su propia infancia y qué modelos de mapaternidad le han transmitido.

Recordemos: detrás de un desborde emocional, siempre hay una historia y un contexto. Intentemos entonces no juzgar.

La culpa como motor de aprendizaje.

Cuando tenemos una personalidad donde se instala la culpa, con pensamientos negativos rumiantes acerca de una misma y en un contexto que no colabora, puede producir un malestar altamente significativo trayendo consecuencias en el relacionamiento con nuestro hijo, con nosotras mismas y con el entorno.
Sin embargo, cuando logramos hacer un análisis detallado y sentido de los factores ecológicos que nos llevan a sentir culpa, la podemos aprovechar como un motor de aprendizaje.
¿Esto quiere decir que una vez que entendemos el contexto de dónde venimos y en el que estamos, debemos quedarnos paralizadas en esa explicación? Claro que no.

Mas bien la sugerencia es enfocarnos en dónde podemos comenzar a generar cambios, observando:
• Nuestra infancia e intentar sanar las heridas provenientes de esa época histórica.
• Cómo esas experiencias infantiles nos hacen repetir formas de actuar de nuestros padres o nos hacen compensar con todas nuestras fuerzas para no hacer lo mismo que hicieron con nosotras.
• Las dinámicas de relacionamiento con la pareja y otros vínculos.
• Cómo te relacionas con vos misma (límites, autocuidado, deseos, autocastigo, etc.)
• Si las redes con las que contamos son seguras y confiables.
• Cómo nos relacionamos con esas redes.
• Cuáles son los conceptos que se valoran en la sociedad y si quiero o no ser parte de ellos (por ejemplo, la romanización de la maternidad).

Tenemos trabajo por delante ¿verdad?

La maternidad es un camino de aprendizaje, no nacimos sabiendo maternar, pero contamos con ejemplos de lo que nos ha mostrado nuestra propia madre y las madres de nuestro entorno. Si sentís que no sabes por dónde empezar, estás muy desbordada o no sabes cómo comenzar a generar acciones de cambio, pedir ayuda es el primer paso.

¿Cómo trabajamos la culpa? ¿Deshacernos o amigarnos?

Si me venís leyendo con atención, probablemente ya sepas cuál es el camino. El dilema está entre la necesidad de que la culpa no exista y la fuerza que ella hace para
hacernos crecer. ¿Cómo la culpa puede querer hacernos crecer si nos hace sentir tan mal?

Si logramos comenzar a ver a la culpa como una amiga que nos trata de guiar internamente cuando algo se nos va de las manos, cuando considera que algo estamos haciendo mal o quizás que estamos en el lugar o en el camino incorrecto; podremos mirarla con ojos más amorosos.

Pero esto lo podremos ver cuando logremos trabajar realmente nuestra voz interna y en vez de tratarnos mal y castigarnos diciéndonos que somos las peores madres del mundo, podamos tomar en cuenta todos nuestros contextos y decirnos amorosa y compasivamente:

“tranquila, estás aprendiendo a ser mamá en esta situación tan particular, respirá, relajá tu cuerpo, expresá tus emociones, y ahora pregúntate:
¿por dónde podemos empezar?”

@lic.mercedesperezrueda | Mercedes Pérez Rueda | Psicóloga Perinatal | Psicoterapeuta

 

Foto de Ben Blennerhassett en Unsplash