Después de muchos años recibiendo consultantes, me di cuenta que muchas maternidades han pasado por el sillón donde comienzan las historias.
Diferentes tipos de maternidades, unas a la par de la paternidad, otras en solitario, otras desde el deseo, otras sostenidas en familia.
Lo que observo que se repite en mis encuentros con las maternidades es el “sentir soledad”. La soledad es un término controversial, ya que he escuchado muchas veces: “me siento sola, pero estoy con mi marido y mis hijos” o “me siento sola pero mi familia siempre está alrededor”.
Si pensamos la soledad como “la carencia de compañía”, podríamos llamar a amigas, vecinos, familiares, que nos vengan a cumplir esa función. Sin problema tendríamos personas en nuestra casa, hablándonos de algún tema, o simplemente estando ahí. Pero, cuando escucho a las madres hablar de esto, siento que no viene por el lado de tener “compañía”, sino por un lado aún más profundo.
En momentos de la maternidad, sobre todo cuando estamos embarazadas, o tenemos un bebé pequeño y estamos atravesando un puerperio, necesitamos de alguien. Pero no de alguien que simplemente nos venga a “visitar”, sino de alguien que nos escuche, nos pregunte, nos abrace, nos haga un té, nos cuide de nuestro bebé mientras nos damos un baño o un descanso con “los ojos cerrados” aunque sea un ratito.
Que pregunte genuinamente ¿Cómo estás? ¿Qué necesitas? ¿Te puedo ayudar en algo? Muchas veces el pedir ayuda es todo un ejercicio que no logramos fácilmente, es como si nuestra historia nos hubiera abarrotado la palabra y sentimos que vamos a poder con todo.
Cuando no podemos, porque la maternidad nos genera un “shock” de encontrarnos de un momento a otro con un bebé en nuestros brazos, el cual debemos cuidar, proteger y alimentar, no nos da mucho tiempo a generar procesos de pensamiento, en general sobrevivimos al momento.
En otros casos pedimos ayuda, pero la misma no es comprendida por el entorno y terminan realizando una interpretación de lo que estamos necesitando, sin ni siquiera reparar en escuchar realmente lo que estoy pidiendo.
En otros momentos, solo el bebé o las infancias, son lo que “llama la atención” y quedamos relegadas al famoso “segundo plano”, el cual nos interpela aún más. Cómo me puedo llegar a sentir cuando sigo siendo una persona, con sentimientos, altibajos, necesidades, que busca que la miren y que también, por momentos, hasta me protejan y me cuiden. Todo esto que describo es más complejo de lo que parece. Ya que genera procesos internos, que muchas veces reactivan heridas anteriores a la maternidad. Heridas como el abandono y el desamparo, tocando a mi niña interior y dejando al desnudo lo que alguna vez me sucedió.
Lleva a lugares de vulnerabilidad, que debemos afrontar, y que por momentos, darle el tiempo y el espacio para hacerlo genera un gran desafío.
Muchas mujeres piden ayuda, buscan espacios de encuentros con pares, donde generar procesos y elaborar lo que están sintiendo para comenzar a transformar sus experiencias presentes y también pasadas.
Otras madres, simplemente sobreviven, en soledad, sin entender qué sucede. Por qué si su familia está alrededor, no sienten ese acompañamiento que “deberían” sentir. Cada mujer es un mundo, con un mundo interno el cual explorar. Podemos como personas en esta sociedad, y desde cada lugar que ocupamos, acercarnos a una mamá e intentar acompañar y entender. Respetando los tiempos, ritmos y momentos de la misma, siendo empáticos, amables, cercanos.
Recordemos que existen muchos trastornos relacionados con la salud mental materna, como es la depresión posparto, que en la gran mayoría de los casos no están diagnosticados pero existe igual. que muchas veces se transforma en un estado invisible, el cual podemos ver a una mamá sonriendo pero en realidad está sintiendo un gran dolor. Entonces aunque yo crea que conozco a esa mujer que ahora es “madre” tengo que recordar que tiene un nuevo rol, que la vida con una infancia es completamente distinta a la que tenía anteriormente (inclusive está comprobado que el cerebro materno produce cambios por un largo tiempo, que puede ser años o incluso de por vida), y que identitariamente ya no es la misma.
Entonces, recordemos que si te sientes sola o viviendo procesos internos en soledad, podemos pedir ayuda. Buscando recursos que nos hagan encontrar nuevamente un lugar. Podemos buscar herramientas que nos ayuden a fortalecernos y reencontrarnos con nosotras mismas. Por ejemplo, encontrar y asistir a un grupo de madres, donde pueda buscar sentirme identificada y perteneciente. Donde pueda ver y escuchar que no te pasa solo a ti, le pasa a muchas madres y cuando vemos eso, paradójicamente, sentimos que “no estamos solas”,
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